miércoles, 8 de enero de 2014

Me quito el sombrero

De verdad que la maniobra de las autoridades financieras y de los mercados rezuma una cruel elegancia y una precisión diabólica de tan minuciosa.

Ha sido una maniobra tan, tan impecable que da pavor, uno se siente un ignorante David frente a un enorme Goliath.

Es el triunfo del miedo común al cambio, el miedo al progreso, el miedo a lo desconocido.
Un miedo que nos han infundido, como un cuento de hadas que nos hemos creído a pies juntillas.
Acurrucados en ese miedo hemos tolerado mucho, demasiado y por demasiado tiempo.
Tanto que puede hacerse imposible dar marcha atrás... o por lo menos muy improbable.

"Poderoso Don Dinero", que "no tiene amigos", que "no tiene alma" y que "da la felicidad" aunque muchos hedonistas de armario se empeñen en negarlo.

En nombre de este nuevo y a la vez tan antiguo Dios, muchos se han sacrificado voluntariamente en el altar, perdido dignidad, derechos, respeto y vergüenza (si es que alguna vez de eso tuvieron), mientras que otros indignos esclavos, miserables y desvergonzados, han sacrificado a otros en pro de dos sencillos objetivos: el dinero y el poder.

Y a fe que lo lograron.

Gobernaban antes, pero la crisis económica los ha asentado con más firmeza en sus tronos si cabe.

En nombre de la crisis, que se ha jugado única y exclusivamente en los mercados, se ha destruido todo avance logrado en los últimos siglos.

Y digo bien "única y exclusivamente en los mercados".
Si no, que alguien me explique por qué sólo las pérdidas y no las ganancias se han traducido en cambios en nuestra economía, demasiado a menudo para peor.
Porque, si eso no es por elección de los propios mercados para que el populacho pague la crisis que ellos mismos crearon, me traiciona mi razón.

Cómplices de un siniestro y maquiavélico complot, políticos y banqueros han tejido una compleja tela de araña de mentiras vestidas con la dignidad glorificante de la diplomacia política en la esfera internacional para llevar a cabo el más eficaz, silencioso y por ende elegante golpe de Estado frente a nuestros propios ojos.

Y nosotros, el populacho, la plebe de siglos ha, nos hemos convertido en cómplices de dicho golpe mediante nuestro silencio.

En nombre del conformismo, del miedo a algo peor, del miedo a progresar, del miedo a la cárcel, a la tortura, a la muerte - en suma, a la lucha - hemos tolerado y avalado dicho golpe de Estado de forma legal, haciendo imposible acabar con esta trampa por vía legal.

Y los pobres intelectuales que aún tienen voz para hablar o dedos para teclear se rompen los cascos tratando de hallar una forma amparada por la ley de acabar con esto... salvo que no la hay.

La propia ley ha sido diseñada para tal fin, el propio sistema ha sido diseñado para tal fin.

Y su arma más terrible... somos nosotros, el populacho.
El mismo populacho, bruto e ignorante, con casco y porra, que libera su sadismo reprimido aporreando a los de su misma calaña, ajeno a todo debate, como un perro amaestrado para lamerle la pata a su amo y gruñirle al desconocido.
El mismo populacho barriobajero y mentecato que tachará de "radicales", "comunistas", "antisistema", "maleducados", "Rojos" y demás epítetos de mismo colorido a los que forcejean en vano por salir de este círculo vicioso y que los abandonará para cambiar al canal ese de televisión en el que varias barriobajeras se tratan de lumis y se insultan.
El mismo populacho patriotero y ultracatólico que se dará golpes de pecho en misa y se envolverá en su bandera, listo para responder dócilmente a las provocaciones de los medios de comunicación y politicuchos de segunda y provocar aún más tensión entre Comunidades Autónomas mientras su Patria, su verdadera Patria, que somos nosotros, las personas, y no el territorio, se ve mutilada y día a día asesinada, envenenada por tanta apatía.
El mismo populacho de bar y tapas, de alcohol y fiestas, de "furbo" y peñas que acudirá al estadio a ver corretear a cuatro mamarrachos extranjeros y darle patadas a un balón, viéndolo con tanto fervor como si se tratara de la ceremonia de entrega de los Premios Nobel mientras subvenciona a cuatro magnates que le roban descaradamente el dinero.

En suma: somos nuestro propio enemigo.

En otro país del mundo cabría la esperanza de salir del círculo vicioso.

Pero no en España, en esa España rancia, medieval, ignorante, ultracatólica, barriobajera y conservadora que con tanto ahínco nos hemos esforzado en salvaguardar... por los siglos de los siglos, valga la ironía.

Por ello, por la magnitud del engaño, la perfección de la maquinaria, y su infalibilidad... me quito el sombrero.

Chapeau!

Chapeau, porque ha sido una maniobra de una exquisitez asombradora!



Suivez-moi, mais restez secrets: tout est caché sous le Signe de la Rose!

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